CELULARES

En el principio era el teléfono fijo…y luego fue el celular

Ha corrido mucha agua bajo el puente desde aquél ya lejano 1973, cuando Martín Cooper desarrolló el primer teléfono móvil celular de la historia, con su equipo de trabajo en Motorola. Tuvieron que pasar 10 años más para que, en 1983, el mundo pudiera acceder comercialmente a esta tecnología. Hasta ese momento el reinado sobre las comunicaciones electrónicas a distancia, o telecomunicaciones, lo ejercía la telefonía fija, por cables. En Ecuador, por otra parte, se requirieron otros 10 años para que, en 1993, al amparo de inversionistas privados nacionales e internacionales, que posibilitaría el asentamiento de tan revolucionaria tecnología de las comunicaciones en nuestro país, costosa y de gran complejidad en aquél entonces. Pero sólo fue hacia 1997, es decir, 4 años después que los teléfonos móviles (celulares )irrumpan con fuerza en el mercado local y nacional, a pesar de que ya habían aparecido las primeras compañías prestadoras del servicio de comunicación celular, por regiones, que luego de un proceso de alianzas, fusiones y absorciones dieron origen a las compañías que ahora poseen el control del negocio, Conecel (Porta Celular) y Otecel (BellSouth) este último hoy llamado movistar (telefonica) hoy existe otra competidora Telecsa (Alegro) que el mayor inversionista es el estado Ecuatoriano….

Muchos de los que ahora leen esta crónica seguramente no vivieron o no recuerdan como era el mundo sin el uso de este singular aparato que hoy es cosa común y frente al cual los niños y jóvenes deben pensar que siempre ha existido y lo ven como algo normal, natural, insustituible y absolutamente necesario y no conciben el mundo, ni su desenvolvimiento en la vida, sin tener un teléfono de éstos consigo. Es más, para una gran mayoría de jóvenes y de adultos es símbolo de prestigio tener un celular, pero no cualquiera, sino uno con las últimas novedades; es decir, con lo último en innovaciones. Ya no se conforman con un celular que solo tenga una camara incorporada, lo cual ha hecho que el celular sea parte integral de su existencia, parte de la identidad de sus vidas; un nuevo apéndice sin el que no se puede vivir. Es lo que les da proyección de éxito, confianza en sí mismos ante los demás, e imagen triunfadora y moderna; es un identificador de status social. Es un símbolo de bienestar, de calidad de vida, de facilidad para muchas actividades cotidianas. Para los estudiosos de la economía de la innovaciones, el celular es un indicador de progreso, de desarrollo de los pueblos, de avance en materia de tecnología. Para el arribista y el snobista es un signo casi trágico no tener un celular, o no poseer dos o tres, dizque para poder comunicarse más barato con sus amigos según el operador. Definitivamente el celular llegó para quedarse y los avances vertiginosos que hoy vemos nos hacen pensar que todavía hay muchos desarrollos por venir y que nuestra imaginación no alcanza a vislumbrar. El teléfono fijo, seguramente dentro de muy poco, será historia.

Un mundo sin celulares

¿Pero, cómo nos comunicábamos entonces antes de 1997? pues muy sencillo, mediante teléfonos fijos privados y públicos, bippers o buscapersonas, teléfonos inalámbricos de largo alcance y hasta mediante el correo electrónico que apenas hacía unos 7 años que empezaba a ser algo común para la gente (porque la internet como la conocemos en nuestro tiempo, irrumpe en el mundo hacia principios de la década de los 90´s), especialmente para los empresarios, los ejecutivos y los estudiantes en las universidades. Había sistemas de ayudas, para suplir nuestra ausencia, como los contestadores automáticos o sistemas de fonobipper. Sin duda, en ocasiones de urgencia era complicado poder contactar a alguien y muchas veces se perdían citas por no poder informar el retraso cuando se estaba en un «trancón». Pero era el precio que había que pagar ante las posibilidades limitadas que la tecnología ofrecía en ese momento. Como aún el celular no se conocía en nuestro medio, nadie sentía la necesidad de tener uno aunque ya nos llegaban las noticias de este avance tecnológico desde Estados Unidos y Europa.

Pero igual que en cualquier época, la gente se las arreglaba para lograr comunicaciones oportunas con cambios de hábitos o simplemente armándose de paciencia o adaptándose a la tecnología existente y sacando el máximo provecho que la misma ofrecía. En mi caso, yo pensaba: «las malas noticias vuelan y llegan a uno de cualquier modo; las buenas se demoran y llegan cuando tienen que llegar y las insulsas, pues que esperen o simplemente no me importan que lleguen, y punto». En aquella época yo le decía a la gente que pudiera requerir comunicarse conmigo en cualquier momento: «me deja el mensaje en casa o a mi mamá, o si no me ubica por ningún medio me envie el mensaje con algún pana o compañero, según el caso, yo revisaré lo que haya llegado. Así y de otras formas nos las arreglábamos. Todo podía esperar, y uno vivía más tranquilo, con serenidad, sosiego y calma, sin la angustia de pensar que me va entrar una llamada que no quiero, o que me van a ubicar en cualquier lugar (gracias a las virtudes de omniubicación de las comunicaciones inalámbricas, en donde el celular es quizás el tecnofacto más representativo, más no el único) o que me tengo que comunicar a tal hora esté donde esté, en fin.

¿El celular: el mundo de la comunicación instantánea, en cualquier sitio, o el mundo de las angustias?

No obstante lo anterior, el celular, en aquél entonces, ofrecía el potencial de convertirse en un aliado pero también en una fuente de angustias que antes la gente no tenía, como lo han demostrado los hechos. Cuando el celular entró en sociedad y hasta nuestros días, se perdió parte de la privacidad al irrumpir una llamada en el momento y en el lugar más inoportuno; comenzaron a aparecer otros fenómenos del comportamiento que antes no existían. Es más, en un estudio realizado en Gran Bretaña en 2006, se encontró que para el 60% de los poseedores de celular, éste se convirtió en una fuente permanente de angustias y otros desórdenes denominados tecnopatías; en relación con ésto, algunos han desarrollado síndromes de pánico a las llamadas entrantes de un celular (sobre todo si la llamada es del jefe, de la señora o de un cobrador), o si la llamada entra justo cuando el destinatario está, por ejemplo, en un lugar privado, y otros, por su parte, han desarrollado tal dependencia con el aparato que ya no pueden vivir sin él; sienten pánico si salen de su casa y se percatan que no lo llevan consigo.

Sin el celular los celuadictos se sienten como soldados sin fusil en medio de una emboscada; es un compañero inseparable para pasar el tiempo de espera o sencillamente para evitar relacionarse con otras personas en algún espacio compartido porque se les ve muy ocupados haciendo llamadas que no tienen que hacer, o llamando ficticiamente para fingir una conversación, o muy concentrados manipulando la agenda electrónica o sencillamente viendo las fotos y videos grabados o jugando los múltiples juegos que traen o las canciones que tienen almacenadas. Es, a veces, un pretexto perfecto para intentar pasar desapercibido o evitar interactuar con la gente de su entorno o, sencillamente, para mostrarse como un individuo moderno, ejecutivo, y tecnologizado. Para los estudiosos de los fenómenos sociales de masas y de los comportamientos individuales dentro y fuera de la masa, desde la psicología, la economía, la cultura, y la sociología, en el uso y consumo de dicha tecnología tienen un campo de acción muy interesante en materia de tecnopatías que van desde las tecnofobias hasta las tecnoadicciones.

En el año 1998 tuve la oportunidad de contar con un celular de la época, una «panela» como le llamábamos. Eran aparatos grandes, estorbosos, nada que ver con los miniaturizados de estos tiempos; pero eso sí, una verdadera novedad y sicológicamente algo impactante para quienes no lo tenían, quienes veían a los poseedores de un equipo de éstos como una especie de tecnófilos en emergencia, apoderándose del mundo. Como herramienta de trabajo era magnífica por la cuestión de la omniubicación pero, a la larga, generaba ciertas molestias cuando «cualquiera» podía localizarlo a uno, a «cualquier hora», y en «cualquier lugar». Por supuesto, uno se podía negar a contestar, pero eso era visto como descortesía y después había que ganarse la reprimenda: «Para que tenés celular si no vas a contestar o por qué lo mantenés apagado?», inconformismos que empezaban a fastidiar si se volvían recurrentes.

La felicidad y el celular

Hoy, la vida moderna con sus ritmos y condicionantes sociales casi que convierten en obligatorio el uso del aparato de mierda, por pena de quedar «incomunicado» o «perder oportunidades» al no tener la posibilidad de comunicarse instantáneamente si se carece de él. De hecho, el celular se ha convertido en un ícono de la sociedad del bienestar. Ya el número de líneas celulares superó con creces las líneas fijas y con una tendencia siempre en aumento y carecer de un celular, sin importar la marca y el modelo, es un imperativo tal que quien no lo tenga es visto ahora como un bicho raro, un espécimen en vía de extinción, un sujeto «out» o algo así como el último de los mohicanos. Siempre que no tuve celular, fui feliz, muy feliz. Ahora procuro serlo, a pesar del celular……..

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